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Evangelio del V domingo de Cuaresma, según San Agustín: ``Que ninguno pierda la esperanza, a todos resucita el Señor`` (Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45)
San Agustín comenta la resurrección de Lázaro con otras resurrecciones, la de la hija del jefe de la sinagoga y el hijo de viuda. En estas tres resurrecciones nos explica tres pasos en el pecado.
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Pero a todos resucita el Señor si se abren a la gracia. Dios nos da la vida, nos vuelve a llenar de su amor. Solo nos pide una cosa: que nos arrepintamos de corazón, de nuestras obras y de nuestras costumbres de hacer el mal.

Veamos, pues, qué quiso el Señor que aprendiéramos en los tres muertos que resucitó. Resucitó a la hija muerta del jefe de la sinagoga, cuya curación le habían pedido cuando aún estaba enferma.
También resucitó al joven, hijo de una viuda. Conmovido de misericordia por las lágrimas de la madre viuda y privada de su único hijo, hizo lo que habéis oído, diciendo: Joven, a ti te lo digo, levántate. Resucitó el difunto, comenzó a hablar y se lo entregó a su madre. Resucitó igualmente a Lázaro, pero del sepulcro. Puesto que los discípulos con quienes hablaba sabían que estaba enfermo. Y él, hablando ya de forma más clara, replica: Os digo que nuestro amigo Lázaro ha muerto.
Estas tres clases de muertos corresponden a tres clases de pecadores a los que Cristo resucita también hoy. En efecto, la hija del jefe de la sinagoga se hallaba muerta dentro de casa; aún no la habían sacado al exterior. Allí dentro la resucitó y entregó viva a sus padres. El joven ya no estaba en casa, pero tampoco aún en el sepulcro; le habían sacado de casa, pero aún no había sido sepultado. Quien resucitó a la difunta aún no sacada de casa resucitó al ya sacado de ella, pero aún no sepultado. Faltaba el tercer caso: que lo resucitara también estando en el sepulcro; esto lo realizó en Lázaro.
Hay, pues, personas que tienen el pecado dentro en su corazón, aún no convertido en obra. Un tal se sintió sacudido por cierto mal deseo. Tiene el muerto en su interior; aún no lo ha sacado fuera. Resucita el muerto en casa y revive el corazón en el secreto de la conciencia. Esta resurrección del alma muerta se ha producido en el secreto de la conciencia, como si fuese dentro de los muros de la casa.
Hay otros que, después de haber consentido, pasan a la acción; es el caso paralelo a quienes sacan fuera al muerto, para que aparezca a las claras lo que permanecía oculto. ¿Acaso han perdido ya la esperanza estos que pasaron a la acción? Luego, igualmente, quien cometió una acción pecaminosa, si amonestado y tocado por la palabra de la Verdad, se levanta obedeciendo a la palabra de Cristo, vuelve a la vida. Pudo avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre.
A su vez, quienes a fuerza de obrar mal se ven envueltos en la mala costumbre, de forma que la mala costumbre misma no les deja ver que es un mal. Estos, oprimidos por tan malvada costumbre, están como sepultados. Pero ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se da en ellos lo que se dijo de Lázaro: Ya huele. El peñasco colocado sobre el sepulcro es la fuerza opresora de la costumbre que oprime al alma y no la deja ni levantarse ni respirar.
Oigamos, pues, amadísimos, estas cosas de forma que quienes están vivos sigan viviendo y quienes se hallan muertos recobren la vida. Si el pecado está en el corazón y aún no ha salido fuera, arrepiéntase, corrija su mal pensamiento. Si ya consintió a lo pensado, ni siquiera en este caso pierda la esperanza. Pero quizá estoy hablando a quien ya se halla oprimido por la dura piedra de su costumbre, quien se ve atenazado por el peso de su hábito, quien quizá ya hiede de cuatro días. Tampoco él pierda la esperanza: es verdad que yace muerto en lo profundo, pero Cristo es alto. Sabe quebrar con su grito los pesos terrenos, sabe vivificar interiormente por sí mismo y entregarlo a los discípulos para que lo desaten. Arrepiéntanse también ellos, pues ningún hedor quedó a Lázaro, vuelto a la vida.
Sermón 98, 4-5.7