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En la edición 54 de la Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco propone la ``cultura del cuidado`` como camino de paz
La celebración de la Jornada Mundial de la paz fue promovida por el Papa Pablo VI en 1968 con el objetivo de orar por la paz y fomentar el compromiso de construir un mundo mejor.
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El Papa Pablo VI instauró la Jornada Mundial de la Paz, con el fin de “dedicar a los pensamientos y a los propósitos de la Paz, una celebración particular el primer día del año civil. Con ello, también se convirtió en tradición el mensaje que aborda el tema escogido cada año con motivo de la jornada, y que el mundo católico lee con atención.
P. Ramón Sala González, OSA, Profesor de Teología en España y Costa Rica analiza a continuación el texto que el Papa Francisco ha escrito este año. En él propone la «cultura del cuidado» como camino para la construcción de la paz.

Al estrenar cada Año Nuevo la Iglesia dirige al mundo un mensaje de paz. Este último tiene como tema “la cultura del cuidado”. Se trata del compromiso común, que Francisco describe como disposición “a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos” (n.9). El Papa invita a un camino de protección y promoción de la dignidad humana de todos para contrarrestar los perniciosos efectos de la cultura del descarte dominante, que atenta gravemente contra la paz mundial. Y lo hace, muy oportunamente, en el marco de la actual crisis sanitaria que, además de ocasionar tantas víctimas y tanto dolor a escala planetaria, ha agravado más aun las crisis climática, alimentaria, económica y migratoria que venimos arrastrando.
En el mensaje se señalan los fundamentos bíblicos, morales y educativos de la cultura del cuidado. En la Escritura Dios aparece no sólo como origen de la vocación humana al cuidado de la creación, sino también como Aquel que cuida de todas sus criaturas, en particular del ser humano (cf. nn. 2-3). Su plan de salvación se encarna en Jesucristo, médico que cura a los enfermos y perdona a los pecadores, Buen Pastor que cuida de su rebaño, Buen samaritano que se compadece de los abandonados en las cunetas de la vida. Al final “Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte” (n. 4). Sus seguidores han continuado después ese servicio de la caridad a lo largo de la historia de la Iglesia (cf. n. 5).
La promoción de la cultura del cuidado está orientada –dice el papa– por la “brújula” de los principios de la doctrina social de la Iglesia: la dignidad y derechos de la persona, la solidaridad con los pobres e indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación. Y requiere, por último, un “proceso educativo” en diferentes contextos relacionados entre sí: la familia, la escuela y la universidad, los medios de comunicación, las tradiciones religiosas, los organismos internacionales y, en definitiva, todos los agentes implicados, de diversos modos, en el campo de la educación (cf. nn. 6-8). En esta línea, el papa propone con audacia dos instrumentos concretos: además de la adhesión a un “Pacto educativo global” (cf. Mensaje 12 de septiembre 2019), la creación de un “Fondo mundial” para combatir el hambre y la pobreza, con los recursos que se destinan a armamento y otros gastos militares.
A propósito de la diaconía de los orígenes, la primitiva comunidad de Jerusalén, que inspira la Regla de san Agustín, es evocada como modelo de “hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles” (cf. Hch 4,34-35). Hay que destacar también las resonancias del propio san Agustín en este mensaje pontificio. En primer lugar, al referirse a la enseñanza de los Padres de la Iglesia sobre la propiedad y el destino universal de los bienes –se cita expresamente a san Ambrosio– (n. 5). Y también porque el obispo Agustín fue personalmente testigo de esa cultura del cuidado de los más vulnerables (menores, esclavos, refugiados) de la que dan fe algunas de sus cartas (cf. Cartas 10*; 24*…). El Papa Francisco insiste en que “nadie se salva solo” (n. 6; cf. Fratelli tutti 32, 54, 137). San Agustín manifestaba igualmente su celo por el cuidado pastoral de los fieles cuando reconocía: “no quiero salvarme sin vosotros” (Sermón 17,2). Un magnífico ejemplo de comunión para todos los tiempos y, en particular, para estos tiempos de pandemias.