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San Agustín, modelo de teólogo, científico y pastoral

La armonía entre la teología académica y la acción pastoral constituye un difícil engranaje. Es un tema que ha dado cuerpo a distintos ensayos. La solución no es la desconfianza mutua, sino el diálogo permanente, el contacto con los diversos saberes para que “el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad” (GS, 3), reciba el mensaje del evangelio en toda su frescura.

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Pablo VI – hombre agustiniano de mente y de corazón – inauguró el 4 de mayo de 1970 el Instituto Patrístico “Augustinianum”. Con ocasión de esta efeméride, pronunció un interesante discurso.

Hablando de la necesaria renovación posterior al Vaticano II, que había sido clausurado el 8 de diciembre de 1965, comentó que esa renovación “requiere una teología que sea no menos pastoral que científica; que se mantenga en íntimo contacto con las fuentes bíblicas; que tenga como centro a Cristo; que considere al hombre incorporado a la historia de la salvación; que sea al mismo tiempo fiel a la palabra divina y obediente al Magisterio de la Iglesia, pero también, y contemporáneamente, que esté alerta a todas las voces, a todas las necesidades, a todos los valores genuinos de nuestro tiempo (…).

Una exposición inteligente y razonable de la fe cristiana fue el gran empeño de San Agustín a la hora de escribir su obra literaria.

Lenguaje apropiado

Lo mismo que otros Padres, Agustín sintió palpitante la exigencia de penetrar en el mensaje evangélico, de adaptarlo a la mentalidad de sus contemporáneos, y de exponerlo con un lenguaje apropiado”.

En 1986, Juan Pablo II – coincidiendo con el XVI Centenario de la conversión de san Agustín – escribió la Carta apostólica Augustinum Hipponensem, publicada el 28 de agosto de 1986. El apartado cuarto se titula “Agustín a los hombres de hoy”: “A los teólogos, que justamente se afanan por comprender mejor el contenido de la fe, deja Agustín el patrimonio inmenso de su pensamiento, siempre válido en su conjunto, y especialmente el método teológico al que se mantuvo firmemente fiel».

Sabemos que este método suponía la adhesión plena a la autoridad de la fe, una en su origen – la autoridad de Cristo (Contra los académicos 3, 20, 43) -, se manifiesta a través de la Escritura, la Tradición y la Iglesia; el ardiente deseo de comprender la propia fe – «aspira mucho a comprender» (Carta 120, 3, 13), dice a los demás y se aplica a sí mismo  (La Trinidad I, 5, 8) -; el sentido profundo del misterio – «es mejor la ignorancia fiel», exclama Agustín, «que la ciencia temeraria» (Sermón 27, 4) -; la seguridad convencida de que la doctrina cristiana viene de Dios y tiene por lo mismo una propia originalidad que no solo hay que conservar en su integridad – es ésta la «virginidad» de la fe, de la que él hablaba – , sino que debe servir también como medida para juzgar filosofías conformes o contrarias a ella (La doctrina cristiana 2, 40, 60)” (Augustinum Hipponensem, PPC/FAE, Madrid, 1986, 55-56).

Diálogo

La armonía entre la fe y la razón es – según Benedicto XVI, experto conocedor del pensamiento agustiniano -, el tema determinante de la biografía de san Agustín. Estas dos dimensiones, fe y razón, no deben disociarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre unidas. Como escribió San Agustín tras su conversión, fe y razón son «las dos fuerzas que nos llevan a conocer» (Contra los académicos, III, 20, 43) (Audiencia general, miércoles 30 de enero de 2008).

El magisterio católico puede correr el riesgo de alimentarse exclusivamente de su propia tradición, realizando así un ejercicio de endogamia teológica. Por eso, la teología está llamada a estar abierta y entrar en relación con la razón y la experiencia que ofrecen las culturas.

No se trata de renunciar a la propia identidad y tampoco acomodar el mensaje evangélico a la mundanidad. Una exposición inteligente y razonable de la fe cristiana fue el gran empeño de San Agustín a la hora de escribir su magna obra literaria. La marea de la indiferencia religiosa actual puede estar relacionada con la separación de la teología científica y la teología pastoral que Agustín supo aunar magistralmente.

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